“Texas ahora es nuestro (...) Entra dentro de la cara y sagrada designación de Nuestro País”. Era 1845 y el periodista estadounidense John O’Sullivan escribía estas palabras como parte de una columna que tituló “Anexión”. Habían pasado pocos días desde que el Congreso de la República de Texas -un país de cortísima vida, de 1836 a 1845- aprobaba unirse a Estados Unidos y O’Sullivan celebraba la incorporación de ese vasto territorio como parte de un designio divino.